Sin saberlo ni buscarlo, volvía a ser parte, a menos de tres semanas de salir de la de Bolivia, de la selva. Esta selva era diferente, no solo porque fuera en Perú, sino porque este tipo de selva es selva alta. Ahora empezaba a saber que claro, no es lo mismo una selva alta que una selva baja. ¿La razón? La selva alta, al ser más fresca, hace que no haya tanto insecto, al menos mosquitos. Porque hay animales, y muchos. Y lo más divertido es que viven entre nosotros la mayoría del tiempo, y simplemente tienes que acostumbrarte. Las mariposas están por todos lados, en la cocina, en tus paseos, en tu cabeza. Todo lo que te encuentras es como una versión mejorada y ampliada de cualquier animal. Hormigas rojas, escarabajos con trompas, armadillos, puercoespines, monos, ranas, y por supuesto el surtido de arañas y demás.

La mona Paula es una de las principales atracciones de la reserva. Por muchas razones…
Hoy fuimos hasta “La gran cascada”. Es increíble saber que te adentras en el interior de un mundo inexplorado, virgen, Donde los extraños éramos nosotros. Allí sí que no encuentras rastros humanos, el trekking que hicimos, de unas 4 horas de duración es mayoritariamente a través del río. Yo allí con mis botas de agua jugando, sintiéndome animal e interactuando con la naturaleza como tal, imaginando el movimiento de perfección de por ejemplo Paula, nuestra mona que nos acompaña en todo el trayecto.

Antes de salir de viaje siempre me preguntaba como hace la gente para financiarse. A los tres meses conseguía trabajo de cocinero vegetariano en la selva en una comunidad ecológica.
A veces, cuando las personas miramos hacia atrás y analizamos las experiencias que nos han ocurrido, solemos tener la tendencia de ver una conexión, como si aquello que ocurre sin que nosotros hayamos planificado, fuera parte de algo más que una casualidad. Es lo que solemos llamar el sentido de la vida. ¿Pero yo había llegado hasta aquí por casualidad, o por destino?
Llegué a Cusco después de mi mágica experiencia en Machu Picchu sin saber exactamente que iba a hacer. Viviendo en un hostal en una habitación compartida, conocí una pareja de mejicanos de 21 años que habían salido a recorrer Sudamérica. Habían llegado a Cusco y se les ocurrió por casualidad entrar a preguntar al museo del cacao si tenían alguna vacante para trabajar. Eco, al día siguiente estaban trabajando. Iba a ser un trabajo por un mes, pero cuando viajas, que estas posibilidades existan le da una esencia al viaje increíble. Te permite abrir ventanas en el espacio tiempo y vivir la vida en otra ciudad sin tener que establecerte a largo plazo. Es un placer, el placer de lo temporal, de lo pasajero, de lo intenso. El caso es que vivíamos los tres en la habitación, ellos me traían chocolate cada día y yo era feliz como un niño, y de vez en cuando venía alguien más a pasar unos días a la habitación y íbamos conociendo nuevas historias y nuevos estilos de vida. Mayoritariamente de artesanos que viven con lo que van produciendo en el día a día. Sin ahorros, sin planes establecidos.

La cocona, uno de los frutos que nos ofrecía en abundancia los árboles de la selva.
La valentía en insensatez de los mejicanos me gustó, la vida toma más gracia cuando uno se atreve a ser un poco insensato. Así que me imaginé trabajando en un museo de cacao, aprendiendo a hacer el cacao, o bien trabajando en la cocina haciendo postres. Es como si me apasionara cada vez que veo la posibilidad de aprender algo, y entonces pienso ¿Por qué no? Cuando, antes de salir de viaje, iba desarrollando mis teorías sobre como viajar durante mucho tiempo si no se tenía unos grandes ahorros, pensaba que la clave estaba en aprender. Aprender muchas cosas diferentes, habilidades, conocimientos, aptitudes. Porque al final el pensamiento lógico te ayuda a que los planes puedan surgir adelante con mayor probabilidad, y el sentimiento emocional a tener la valentía para seguir tus intuiciones internas. La clave está en aprender nuevas habilidades, porque el dinero se gasta, pero una habilidad no. Siempre se puede intercambiar, siempre se puede ofrecer, es eterna. En el aprendizaje está la clave.

La disminución del consumo de carne, y el aumento de las dietas vegetarianas y veganas son una tendencia al alza entre cada vez más gente debido a razones de salud, medioambientales, éticas y morales.
Así que me fui al museo de cacao a hablar con el encargado, otro español más que se fue durante la crisis, para ver la posibilidad de trabajar por un tiempo. Y después de hablar con él me dirigí a comer al mercado. En función de si me salía alguna cosa interesante en Cuzco, me quedaría o decidiría irme. Llegué al mercado y me fui a comer al puesto vegano. No soy completamente vegetariano, pues como pescado, pero si cambié muchísimo mi alimentación cuando estuve trabajando como cocinero vegano durante un año en Valparaiso. En ese momento pensé: Bueno, si algún día quiero poder ser vegetariano, la única manera sería obtener el conocimiento sobre como cocinar vegetariano, así que debo aprenderlo. Y además, mi mente cada vez se sentía peor sabiendo que era cómplice al comer animales de una industria que trata los seres vivos igual que objetos de producción, y no, yo no quiero formar parte de todo aquello que no vaya acorde con una ética y una moral que son el único camino para devolver a este mundo a cierta coherencia.
Me senté, me puse a hablar con la señora que cocinaba y al explicarle que yo también era cocinero me propuso trabajar con ella, y también conocí unas chicas que estaban ofreciendo un voluntariado en la selva. ¿A ver a ver, que estaba ocurriendo? En un momento me habían propuesto trabajar en el mercado e irme a la selva a cocinar comida vegetariana en un centro donde se replantaban árboles, y además me iban a pagar. ¡Era exactamente el tipo de proyecto que yo decidí buscar cuando decidí emprender este viaje!

Para llegar hasta la reserva tiene que cruzar el río en una plataforma a través de un cable.
El inicio de mi viaje había empezado en mi mente ya antes de venir a Chile hace algo más de tres años. Sabía que no podía irme de este continente sin conocerlo en profundidad. Sumado a esto, con el paso del tiempo se fue añadiendo la necesidad de darle la vuelta al mundo de manera metafórica (y cada vez más literal) para luchar contra el cambio climático y proteger las diversas especies animales del planeta. Además, hacía tiempo que sentía también las ganas de empezar a escribir. Tengo muchas cosas, muchos aprendizajes por transmitir. Y este camino, este recorrido de la humanidad, solo lo podremos hacer en compañía y si cooperamos los unos con los otros. Había que cambiar el modelo de funcionamiento, y eso requería tiempo. Pero lo principal era empezar por uno mismo, porque uno solo consigue cambiar las cosas cuando se compromete y es coherente, y entonces, es cuando empieza a influenciar a los demás.
Así que obviamente decidí aceptar este proyecto e irme a trabajar de cocinero vegetariano a la selva del manu. ¡Ah! Y como siempre, el viaje me iba a sorprender muchísimo, porque pasó algo que nunca imaginé. Y es que la mona acabó enamorándose de mí. Pero eso, lo dejo para la próxima entrega 😉