Cuando uno lee las historias de viaje casi siempre son historias idílicas, sobre lo bien que acaba todo y lo bonito que es vivir en camino. ¿Pero es siempre así? En este caso te traigo una historia diferente, una mezcla entre ilusiones y decepciones, riesgos y ganancias. La valoración, la dejaremos para el final del post. ¿Te parece? ¡Vamos allá!
Viviendo en la islas Galápagos
Soy nómada, es decir, decidí cambiar las reglas del juego y dedicar mi tiempo no solo para viajar por el mundo, sino también para mezclarme con la gente, para ver y vivir como local, para trabajar como voluntario durante el camino y para poder dedicar el tiempo necesario a sentir que he vivido experiencias suficientes en los lugares, para llevarme suficientes recuerdos, y de esa manera no irme con la sensación de que me quedó «mucho por hacer» pero que seguramente nunca haré. Por esa razón planeé mi visita a las Islas Galápagos con una larga estancia de 3 semanas en la isla de San Cristóbal, donde me encuentro en el momento en que escribo esta historia y justamente antes de irme hacia la isla de Santa Cruz. Estar aquí trabajando como voluntario, tal y como preví, me permitió conocer a locales y, como esperaba, conseguir tour más baratos para recorrer la isla.

Lobo marino bebe descansando en la playa. Noviembre y diciembre es época de reproducción y cría, y están muy activos en toda la isla.
Un tour como local en la isla.
Los precios de los tours en la islas Galápagos son realmente elevados, sobretodo para aquellos que llevamos mucho tiempo viajando y que lo hacemos porque hemos aprendido a como viajar con pocos gastos. Comer en mercados, viajar a dedo, conseguir llegar a los sitios por tu propio pie, caminar en vez de que te lleven, etc.
Hay dos tour básicos que uno debe escoger si viene a esta isla y no quiere irse sin hacer lo que realmente vale la pena. Uno de ellos es ir al llamado León dormido, una roca en medio del mar donde se pueden avistar manta rayas, tortugas, y con suerte tiburones martillo. Y también hay otro tour llamado 360 que da la vuelta a la isla y también pasa por este lugar. El caso es que yo no quería irme sin vivir esta experiencia pero tampoco quería pagar los mínimo 100€ dolares que te cobran por ir a hacer snorkel a león dormido. Porque puedo entenderlo si das la vuelta a la isla, o si haces buceo y necesitas oxigeno, guía, comida, traje y todo eso. Pero 100€ dolares por llevarme en una barca a una roca a media hora y hacer snorkel, sea en las islas Galápagos o en cualquier otro sitio no solo me parece exagerado, sino que era algo que no me podía permitir así como así.
Empezó a ocurrir, conocimos gente y nos propusieron armar un grupo de unas 10 personas con un guía conocido que nos llevaría a hacer el tour 360 por 85$. ¡Eso me parecía bien! Ibamos a pasar todo el día en barco y además podría bucear y con suerte ver los ánimales que subyacen en el fondo del mar. Pero a veces, y con mucha facilidad, tanto las palabras como las oportunidades se la lleva el viento, con lo cual al día siguiente este guía nos dijo que no, que al final no podía ser. Mis días en la isla se acababan y la ilusión ya era difícil de frenar…
Había conocido a Mati, un Ecuatoriano que estaba pasando unos días en la isla trabajando y que andaba con las mismas ganas de conocer que yo y con la predisposición de encontrar una manera alternativa de hacerlo. Ya teníamos el grupo montado, y solo faltaba quien nos llevara, Y de nuevo, ocurrió. Puede que la manera como había surgido no era la más fiable, pero también es verdad que la percepción de riesgo no solo es subjetiva sino que es variable. ¡Cuantas veces viajando puedes tener la sensación de que quizá ese camino o ese suceso no son los más adecuados y luego te das cuenta de que en realidad todo está bien y eso solo existía en tu cabeza! Si fuera por los miedos aprendido y anticipados, muchos no saldríamos de casa. ¡Niño, que el mundo es muy peligroso, hay mucha gente mala! Se suele escuchar por madres, abuelas u otros temerosos ante lo desconocido.
Como decía, la manera en como el tour se nos había sido ofrecido había sido a las 5am en una noche de borrachera, en una conversación que Mati tuvo con unos locales de la isla. ¡No se preocupen, yo los llevo por menos que eso! Un tour 360 con comida, con tips de lugareños que han vivido en la isla. Todo parecía salir a pedir de boca, ¿O no? Mi sentido arácnido viajero tenía muchas dudas. Mati y yo habíamos anticipado plata para reservar un barco que iba a ser la rehostia y nos ibamos a juntar a las 6:30 de la mañana para arrendar los trajes de buceo y los snorkel.
Pasé una noche de nervios. Pensaba, ay y si al final la gente no viene, y si pierdo mi dinero, y si no se presentan… Ante situaciones dudosas, la capacidad imaginativa del ser humano es asombrosa. Todo eso no ocurrió. Al final no éramos 10 pero si 6 se presentaron, el precio fue el acordado y nos dirigímos a barco. Pero el barco no fue, esta vez, lo esperado, sino un sencillo bote de pesca. Varias risas y miradas de complicidad sucedieron entre los pasajeros al ver en lo que finalmente viajaríamos. No importa pensé, yo no necesito comodidades, mientras me lleve…
Así que nos subimos en el bote con el capitán y dos chicos más que iban a ser nuestros «guias». Si o si yo quiero ir a león dormido, les había dicho, así que fue lo primero que hicimos. El día era perfecto, mar calmado, sol radiante y caras de ilusión. Llegamos a esa roca volcánica en medio del oceano pacífico y no tardamos en tirarnos al agua. Atravesamos un canal entre dos rocas mientras buceábamos, la visibilidad no era la mejor y el subfondo del mar estaba movido, pero aun así conseguimos ver una tortuga y muchos peces. No vimos tiburones martillo ni mantas raya, pero quizá los veríamos más adelante, en una «piscina» donde iríamos más tarde… De nuevo nos subimos al bote para llegar a isla Lobos, una pequeña isla donde anidan cientos de pájaros y donde pudimos ver familias de piqueros de patas azules, albatros, lobos marinos e incluso el cortejo de la fragata real macho, que incha la parte delantera de su papada de un color rojo brillante a la vez que hace sonidos para conquistar a la hembra. Todo aquello era asombroso, que belleza, que colores, y que tranquilidad estar caminando por esa pequeña isla sin nadie más que nosotros y los animales.
Volvimos a embarcarnos en nuestro bote pesquero dirección norte. El viento acariciaba nuestra cara mientras yo reflexionaba acerca de los riegos y la aventura. Como reza ese refrán catalán «Qui no s’arrisca no pisca», que quiere decir que a veces hay que arriesgar para conseguir las cosas. Y en eso los viajeros somos expertos, pues sabemos que los lugares y las experiencias verdaderas no son aquellas que ya salen escritas en guías o en algún otro lugar, sino que están allí, en cada aventura, aun por escribir. Por eso me sentía terriblemente feliz, tranquilo y orgulloso, pensando que al final había conseguido el objetivo, que la espera había valido la pena y que la teoría que indica que el tiempo te lleva a los lugares que deseas, si es que lo posees, era verdad. De repente, bajo ese sol y en medio del océano, un sonido leve pero repetitivo y la cara del capitán indicaban un cambio inesperado en todo eso. Y es que al extasis y al cielo cuesta mucho subir, pero muy poco bajar. El motor se había averiado.
Hasta aquí duro la ilusión, y el tour de 360 que nos había costado menos de la mitad llego hasta donde llegaba el dinero, y en vez de la vuelta completa fueron 140. Allí pasaríamos barados al menos una hora hasta que una barca nos remolcó hasta una playa cercana donde agarrar conexión para comunicarnos con tierra y pedir que nos vinieran a buscar. El capitán Philips como lo habíamos bautizado pasó a llamarse capitán Feeling, por la marihuana que fumaba en una manzana improvisada como pipa. Intentaron reparar la avería, pero se había roto una pieza del filtro cuyo recambio no tenía. Porque uno sabe que puedes comprar cosas por menos dinero para cumplir una función, pero al final pasa como lo que compras en los chinos, que no la cumplen. Almorzamos pescadito, arroz, verduras, pasta y salsa de albahaca en la playa donde pasaríamos algunas horas más. Buceamos, caminamos y me sentí maravillado por la riqueza que contiene la arena en las islas Galápagos, llena de sedimentos de moluscos que se entremezclan con restos de piedras milenarias moldeadas por el mar. Suelo pensar que el mundo en si es mágico, y que nos regala unas comidades que por si solas deberían ser suficiente para que pudieramos vivir felices y tranquilos, contemplando su belleza. Al cabo de unas horas nos recogieron unos pescadores y llegamos a tierra sanos y salvos.

La arena de las Galápagos está llena de sedimentos, lo que demuestra la riqueza y la vida que hay en ellas.
Una vez en tierra, hubo quien, indignado, quiso pagar menos de lo que habíamos acordado. A mi me parecía lógico acordar una rebaja pues obviamente no habíamos hecho el tour acordado, pero también sabía que solo ir a León dormido ya valía el doble de lo que nos cobraban por el tour completo. Me sabía un poco mal por todas las partes, ya que al final todos sentían que habían perdido algo. El capitán feeling nos envió a su mujer a quejarse de que no le habíamos pagado lo acordado a lo que yo contesté que todos sabíamos lo que arriesgábamos, y que noralmente los botes llevan dos motores, o al menos están preparados por si se rompe el único que tienen. El Galapagueño que lo organizó, que lo hizo con la buena fe del local que quiere compartir y pasar un buen rato pero a sabiendas que en realidad no se podía hacer así, no ganó lo que él creía. Los gringos se fueron indignados. Yo, estaba feliz. Me conformaba con todo lo que habíamos visto y seguía pensando que al final, había acabado ahorrando dinero.
La aventura es así, viajar y sentirse vivo es asumir riesgos. En la mayoría de veces se ganará pero también hay que saber que no todo va a salir siempre bien. Y es necesario poder disfrutar también de esos momentos. En ningún momento lo pasamos mal, ni estuvimos preocupados. Sabíamos que todo se arreglaría, y que la experiencia era el resultado de nuestra apuesta. Fuera lo que fuera, todo iba a estar bien, todo iba a estar bien… Quedaría para siempre en mi memoria esa aventura, de cuando quedé a la deriva en las islas Galápagos.
Ya estaba preparado para irme de nuevo porque aquí ya había vivido. Porque vivo viajando, o quizá, es que viajo viviendo.